Cuando somos bautizados en Cristo, nos envolvemos en Jesucristo como en un manto. Nos despojamos de nuestros trapos sucios, viejos e infectados de pecado (IsaÃas 64:6), y nos vestimos de la nueva naturaleza justa de Jesucristo (Colosenses 3:10; Efesios 4:24). El bautismo en agua representa exteriormente esta obra interior del bautismo en Cristo por el EspÃritu Santo (ver Hechos 10:44-48).
Esta idea del cambio de ropa tenÃa una implicación adicional para los gálatas. En la antigua sociedad romana, cuando un joven alcanzaba la edad legal de la ciudadanÃa adulta, dejaba de vestir la ropa de su infancia y empezaba a ponerse una túnica, el atuendo habitual de un adulto. Este cambio de atuendo indicaba un rito de paso a las responsabilidades de la edad adulta. Como creyentes bautizados en Cristo, recibimos la condición de hijos plenos y maduros ante Dios (ver Romanos 8:17).
Todos somos uno en Cristo.
El bautismo del EspÃritu Santo nos une a Cristo y nos identifica con Él. Como hijos de Dios, nos convertimos en miembros de la familia de Dios, que son todos "uno en Cristo Jesús." Pablo reitera esta verdad en 1 Corintios 12:12-14: "El cuerpo humano tiene muchas partes, pero las muchas partes forman un cuerpo entero. Lo mismo sucede con el cuerpo de Cristo. Entre nosotros hay algunos que son judÃos y otros que son gentiles; algunos son esclavos, y otros son libres. Pero todos fuimos bautizados en un solo cuerpo por un mismo EspÃritu, y todos compartimos el mismo EspÃritu" (1 Corintios 12:12-13, NTV).
Como cristianos nacidos de nuevo, somos apartados con Cristo en justicia y justificación: "Sabemos que nuestro antiguo ser pecaminoso fue crucificado con Cristo para que el pecado perdiera su poder en nuestra vida. Ya no somos esclavos del pecado. Pues, cuando morimos con Cristo, fuimos liberados del poder del pecado" (Romanos 6:6-7, NTV).