La maldición de la muerte que cayó sobre Adán afectó a todos los seres humanos que han vivido desde entonces. Por culpa de Adán, el pecado entró en el mundo (Romanos 5:12), todos fueron condenados a causa del pecado (versÃculo 18) y la muerte llegó a toda la humanidad (versÃculo 15; 1 Corintios 15:22). Todas las personas son pecadoras (Romanos 5:19) y un dÃa morirán y serán juzgadas por Dios (Hebreos 9:27). La realidad de que "al polvo volverás" es para todos. Sin embargo, los que confÃan en Cristo superan la maldición de la muerte (Efesios 2:1-10). En lugar de temer a la muerte, los creyentes tienen la seguridad de la eternidad que inspira nuestra forma de vivir.
Pedro insta a los creyentes a recordar que somos peregrinos y forasteros, y como tales debemos abstenernos "de los deseos carnales que batallan contra el alma" (1 Pedro 2:11). La certeza de que "al polvo volverás" debe humillarnos a buscar y seguir a Dios. Nuestro tiempo en la tierra es corto comparado con la eternidad. Pablo llama a nuestros cuerpos "morada terrestre" en 2 Corintios 5:1. Este mundo no es nuestro hogar permanente, y nuestros cuerpos están destinados a volver al polvo. En la tierra gemimos y estamos agobiados. Sin embargo, la resurrección y la eternidad con Dios en una morada celestial están prometidas a los que pertenecen a Cristo (2 Corintios 5:4). No podemos enredarnos tanto en los asuntos de este mundo que nos perdamos lo que importa eternamente.